Espero les guste.
"Y dime si adentro de tí no oyes tu corazón partir, y si de tí todo se ha ido y todo está por llegar y todo está en este viaje y todo es nuevo y vuelve". -Ramón Palomares-
Está durmiendo ahora, su carita pegada al rosado de la sábana arrugada, y los brazos en arco alrededor. Siento un sobresalto de sólo pensar que puede despertar en este mismo instante. La historia diaria tiene su horario estipulado: darle de comer en la madrugada tomándolo en brazos y percibiendo esa suavidad tan suya, esa menudencia de sus partes, me gusta el lustre de sus labios o las plantas de los pies, las curvaturas que abundan por todas partes. La faena del alimento, el cambio de pañales, el dormirlo y siempre este contemplar su presencia, brillo de párpados y labios.
Lo miro y me pregunto muchas cosas. Cómo pudo nacer. Cómo puede estar atento descubriendo la nueva vida de las cosas, es una ternura extraña, una ternura triste (es como ir a la versión cinematográfica de “mujercitas”, a los nueve años, con el hermano mayor, y sentir unas ganas de llorar profundas y no poder hacerlo porque el hermano mayor se avergonzaría de nosotras).
Los nenés son toda fragilidad como las plantas. Ellas están allí, solas, uno las ve en sus porrones, en los jardines, están allí respirando tranquilas, dando nuevas hojas o marchitándose. Ellas son una presencia frente a nosotros. Si se les rompe una rama no pueden decir:-Mira, me rompiste una rama-, si tienen sed o demasiada agua tampoco podrán decírnoslo, tampoco pueden decir –Me duele, estoy triste-. No pueden decirnos nada. Ellas tienen que esperar a que nos demos cuenta, a que las ayudemos con las hojas secas o/a que las cambiemos de porrón. Ellas tienen que esperar… Bueno, lo mismo ocurre con los nenés, si tiene hambre o le da calor o está incómodo depende siempre de que queramos ayudarlo.
Por eso me produce una especie de temeridad de futuro. Ahora es pequeño, lo puedo proteger entre mis manos, pero luego, cuando aprenda a moverse con sus propias piernas, qué pasará con él. Hay algo en los ojos de los niños que siempre me conmueve y me asusta, algo solitario y distante.En los ojos del nené veo los de mamá al mismo tiempo, claro, ella; callada, seria, solitaria, sin sonrisas, mi mamá con insomnio, mi mamá siempre pensando en otra cosa, callada frente a la mesa sola, fumándose una, dos, tres cajetillas de cigarro, mi mamá viendo por la ventana la mata de níspero. Mi mamá pensando en algo que le faltó por hacer en la vida, y no le puedes decir a la vida –espérate, vida, que todavía me falta esto-; mi mamá desesperadamente contando los días y deseando comenzar de nuevo, mi mamá sentada en la mecedora con alguna de mis hermanas en el regazo, cantando: -“Las flores que me diste cuando me amabas/ se secaron al soplo de tu inconstancia/ y todavía, y todavía/ eres tú la esperanza del alma mía/”-. Y yo que pienso en eso que ella cantaba y en las cosas que yo misma le canto ahora a mi hijo, y en los juegos que jugamos y en los que ella jugó alguna vez conmigo. (“¡Este dedito se encontró un huevito…!). Pienso pues en mamá y en la vida de este nené y en la muerte de ella, y todo se suma en una sola cosa, en un trasfondo de corazón impenetrable, como si descubriera como una anunciación el círculo del eterno retorno, la relación entre la vida que se inicia y la que se extingue.Hay extrañas y misteriosas intuiciones alrededor de todo esto; la de la leche: cuando mi hijo iba a nacer yo me preguntaba cómo sería eso de la leche, cómo comenzaría yo a tener leche para alimentarlo, y… ocurrió: sentí el líquido claro y tibio dentro de mí y entonces lo tomé en brazos y me preguntaba si él sabría succionar, y lo hizo (a él como que ya le habían explicado el asunto…), se veía tan seguro, con los ojitos cerrados, como si lo hubiera hecho siempre; a eso me refiero cuando hablo del círculo, si mi nené fuera una niña repetiría dentro de unos años lo que yo hago ahora, creo que en eso está el motivo central de la razón de ser (y no se trata de asumir una postura filosófica, sino de algo más tangible, de piel); es la vida y la muerte en un binomio, es el nacimiento de mi hijo y la muerte de mi madre, y mi propio nacimiento y la muerte de mi abuela y mi propia muerte, todas en una, se trata de algo que nos incluye a todos y que va desde las canciones que recordamos hasta los gestos más imprecisos; y es la vida en un estallido hermoso y espectacular y la muerte en su oscuridad y su calma. Y ahora llovió y escampó y entró agua por la ventana y mojó las hojas de papel y ya se secaron y ya salió el sol otra vez, y ya se despertó mi hijo y yo debo cuidarlo como hubiera mi mamá conmigo o mi abuela con ella…
-Laura Antillano-
Fotografías de Anne Geddes, obviamente.
Lo miro y me pregunto muchas cosas. Cómo pudo nacer. Cómo puede estar atento descubriendo la nueva vida de las cosas, es una ternura extraña, una ternura triste (es como ir a la versión cinematográfica de “mujercitas”, a los nueve años, con el hermano mayor, y sentir unas ganas de llorar profundas y no poder hacerlo porque el hermano mayor se avergonzaría de nosotras).
Los nenés son toda fragilidad como las plantas. Ellas están allí, solas, uno las ve en sus porrones, en los jardines, están allí respirando tranquilas, dando nuevas hojas o marchitándose. Ellas son una presencia frente a nosotros. Si se les rompe una rama no pueden decir:-Mira, me rompiste una rama-, si tienen sed o demasiada agua tampoco podrán decírnoslo, tampoco pueden decir –Me duele, estoy triste-. No pueden decirnos nada. Ellas tienen que esperar a que nos demos cuenta, a que las ayudemos con las hojas secas o/a que las cambiemos de porrón. Ellas tienen que esperar… Bueno, lo mismo ocurre con los nenés, si tiene hambre o le da calor o está incómodo depende siempre de que queramos ayudarlo.
Por eso me produce una especie de temeridad de futuro. Ahora es pequeño, lo puedo proteger entre mis manos, pero luego, cuando aprenda a moverse con sus propias piernas, qué pasará con él. Hay algo en los ojos de los niños que siempre me conmueve y me asusta, algo solitario y distante.En los ojos del nené veo los de mamá al mismo tiempo, claro, ella; callada, seria, solitaria, sin sonrisas, mi mamá con insomnio, mi mamá siempre pensando en otra cosa, callada frente a la mesa sola, fumándose una, dos, tres cajetillas de cigarro, mi mamá viendo por la ventana la mata de níspero. Mi mamá pensando en algo que le faltó por hacer en la vida, y no le puedes decir a la vida –espérate, vida, que todavía me falta esto-; mi mamá desesperadamente contando los días y deseando comenzar de nuevo, mi mamá sentada en la mecedora con alguna de mis hermanas en el regazo, cantando: -“Las flores que me diste cuando me amabas/ se secaron al soplo de tu inconstancia/ y todavía, y todavía/ eres tú la esperanza del alma mía/”-. Y yo que pienso en eso que ella cantaba y en las cosas que yo misma le canto ahora a mi hijo, y en los juegos que jugamos y en los que ella jugó alguna vez conmigo. (“¡Este dedito se encontró un huevito…!). Pienso pues en mamá y en la vida de este nené y en la muerte de ella, y todo se suma en una sola cosa, en un trasfondo de corazón impenetrable, como si descubriera como una anunciación el círculo del eterno retorno, la relación entre la vida que se inicia y la que se extingue.Hay extrañas y misteriosas intuiciones alrededor de todo esto; la de la leche: cuando mi hijo iba a nacer yo me preguntaba cómo sería eso de la leche, cómo comenzaría yo a tener leche para alimentarlo, y… ocurrió: sentí el líquido claro y tibio dentro de mí y entonces lo tomé en brazos y me preguntaba si él sabría succionar, y lo hizo (a él como que ya le habían explicado el asunto…), se veía tan seguro, con los ojitos cerrados, como si lo hubiera hecho siempre; a eso me refiero cuando hablo del círculo, si mi nené fuera una niña repetiría dentro de unos años lo que yo hago ahora, creo que en eso está el motivo central de la razón de ser (y no se trata de asumir una postura filosófica, sino de algo más tangible, de piel); es la vida y la muerte en un binomio, es el nacimiento de mi hijo y la muerte de mi madre, y mi propio nacimiento y la muerte de mi abuela y mi propia muerte, todas en una, se trata de algo que nos incluye a todos y que va desde las canciones que recordamos hasta los gestos más imprecisos; y es la vida en un estallido hermoso y espectacular y la muerte en su oscuridad y su calma. Y ahora llovió y escampó y entró agua por la ventana y mojó las hojas de papel y ya se secaron y ya salió el sol otra vez, y ya se despertó mi hijo y yo debo cuidarlo como hubiera mi mamá conmigo o mi abuela con ella…
-Laura Antillano-
Fotografías de Anne Geddes, obviamente.
7 comentarios:
Guao, que hermoso regalo Eika querida, se ha ganado un pedazo de mi corazon con esto. Y tambien una invitacion especial y honoraria para http://parananiysusamores.blogspot.com/
Alla la espero, tia Yoda. Que su generosidad se vea recompensada con todo lo bueno que merece. UN GRAN ABRAZO.
Ah, y un beso para tu hermana y su bebe...
¿cómo es posible que todo por aquí sea tan hermoso?
pura ternura, amiga, pura ternura.
¡Felices Fiestas!
te abrazo
Simplemente presiosas las fotografías, me gustaron muchos !!
saludos y que pases una hermosa navidad junto a tus seres queridos.
:)
Es precioso.....
Pero yo sigo temblando ante la perspectiva de tener un hijo..... Ay mamma mia...
Ese poema al igual que otros de la Prof. Laura es hermoso, más sensible para las mujeres, pero realmente hermoso.
Te quiero y te extraño...
JAGA
Agradezco el pensamiento, las flores y el amor que todos tus deseos se vean realizados. un abrazo amiga
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