Nada perdura. Todo cambia, eso es todo.
En este cuarto oscuro, en la soledad y entre las sombras,
irremisiblemente sufrimos por los años que pasan.
El presente es solo un celaje, nada más.
En el vacío de esta tierra, hoy somos apenas
los antiguos y desaparecidos visitantes.
Recorrer uno a uno los lugares
que en épocas tan lejanas nos fueron entrañables
y aquí de nuevo volvernos a encontrar,
es mirarnos a nosotros mismos y añorar con nostalgia
nuestro propio pasado. Todo pierde su sentido si no resuena
Dentro de nosotros.
Somos recurrentes. Revocamos el tiempo y regresamos.
Con pasos callados vuelve el otro que éramos entonces,
un extraño de sí mismo y se pone a repetir las viejas calles.
En este cuarto oscuro, en la soledad y entre las sombras,
irremisiblemente sufrimos por los años que pasan.
El presente es solo un celaje, nada más.
En el vacío de esta tierra, hoy somos apenas
los antiguos y desaparecidos visitantes.
Recorrer uno a uno los lugares
que en épocas tan lejanas nos fueron entrañables
y aquí de nuevo volvernos a encontrar,
es mirarnos a nosotros mismos y añorar con nostalgia
nuestro propio pasado. Todo pierde su sentido si no resuena
Dentro de nosotros.
Somos recurrentes. Revocamos el tiempo y regresamos.
Con pasos callados vuelve el otro que éramos entonces,
un extraño de sí mismo y se pone a repetir las viejas calles.
En una de ellas, la radiante mujer rodeada por los sueños,
Se despereza lentamente por escasos momentos
bajo el dintel de la puerta de su casa. Detenernos y mirarla sin fin,
permanecer allí absortos y a la vez alelados hasta más allá de la muerte,
eso hubiéramos querido ahora, aquí y para siempre.
Pero ya no somos los mismos. Somos ese espectro lacerado
que camina de un extremo a otro y cuyos pasos arrastran
las corrientes del polvo y de la sangre. Grave y ciega,
de espaldas a nosotros y sin detenerse ...
Vuelve a pasar la realidad.
-Francisco Pérez Perdomo-
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